O filme que assistimos...

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Patricio Miguel Trujillo Ortega


25 de julho de 2011

Confessions of a Shopaholic


Confessions of a Shopaholic, 2009, USA. Comedia, 104 minutos.

Con Isla Fisher, Hugh Dancy.

Dirección: P.J. Hogan.

Confessions of a Shopaholic es una comedia muy divertida que no me llamó la atención cuando fue anunciada por primera vez, gracias al título con el que fue comercializada aquí en Brasil (Os delírios de consumo de Becky Bloom); sin embargo, luego descubrí que es una película que, a pesar de su sencillez y de ser cien por ciento predecible, tiene algunos méritos en relación con su contenido que vale la pena rescatarlos.

Clasificar a Confessions of a Shopaholic solamente como una comedia romántica, en la que la protagonista va a pasar por las situaciones más insólitas que la llevarán a los brazos de su amado, es quedarnos en la parte más superficial de una historia que nos divierte, pero que también nos puede ayudar a reflexionar sobre un problema crucial en la sociedad consumista que vivimos porque, a pesar de que sabemos que los protagonistas terminarán con el beso inevitable, para que esto suceda, la protagonista principal tendrá que sufrir y cambiar de verdad.

Es lógico que la forma en que se solucionan los problemas en Confessions of a Shopaholic son “pre-fabricados” exclusivamente para el mundo del cine.

En la “vida real” es muy difícil que alguien consiga solucionar los problemas de la protagonista con tanta facilidad como le sucede a ella; mas, en el fondo, hay un toque muy interesante sobre el ser humano de nuestra sociedad occidental, aunque el propósito de la película sea solo divertirnos; tanto es así que no hay escenas cinematográficas especiales que se destaquen de otras producciones, a no ser la bella y graciosa actuación de Isla Fisher.
 
Rebecca Bloomwood
Isla Fisher en Confessions of a Shopaholic es Rebecca Bloomwood, una joven periodista que sueña en trabajar en una famosa revista de moda. Ella vive en el departamento de su amiga Suze, tiene doce tarjetas de crédito –algo que no es exagerado si comparamos con la vida real, donde actualmente nos vemos “obligados” a convivir en un mundo en el que cada empresa nos ofrece una tarjeta para solucionar “nuestros problemas económicos de consumo”. Rebeca tiene una enfermedad: es una compradora compulsiva.

La película empieza con un monólogo-confesión en el que Rebecca narra el placer que tiene cuando hace una compra, cuando pasa por una vitrina; el delirio que siente al ver una marca, un par de zapatos, un vestido o cualquier cosa que ella no necesita para vivir, pero lo compra porque no sabe vivir sin comprar. Este “monólogo-confesión” es presentado de una forma divertida, colorida y dinámica que nos hace comprender lo que le sucede a ella.

¡El lujo y la belleza inundan la pantalla!
Comprar, comprar, comprar... ¿para qué?

¿Exageración?

¡No! ¡Claro que no! Cada día somos invadidos y comandados para que nos volvamos más consumidores de lo que ya somos; cada semana aparecen inventos nuevos y objetos viejos con miles de recursos que no los necesitamos, pero nos convencen de lo contrario y la gente vive comprando porque está convencida de que los necesita y que, si no los tiene, no puede vivir sin ellos.

Rebecca Bloomwood no es más que el espejo de miles y miles de compradores anónimos que no reconocen su adicción a las compras, a las ofertas, a las vitrinas.

Así es Rebecca: es una compradora compulsiva y vive endeuda: más de nueve mil dólares que no sabe cómo pagarlos; por tanto, inventa mentiras para huir de los cobradores y, de esa forma, crea un mundo de fantasía que cada vez la va encerrando en un callejón sin salida.

El drama que vive Rebecca es presentado en forma cómica a través de las diferentes confusiones graciosas en las que se mete con tal de saciar su apetito voraz por las compras.

Una de estas situaciones y punto de partida en la película es cuando ella está sin empleo. Mientras se dirige a una entrevista para intentar ocupar una vacante en la revista de modas con la que tanto sueña, pasa frente a una tienda y ve un bellísimo pañuelo verde. “Conversa” con el maniquí y éste le convence de que debe comprar el pañuelo. Este “diálogo” es una radiografía del descontrol emocional al que ha llegado Rebecca: siempre encontrará una razón para satisfacer su placer de comprar.

Sin embargo, cuando intenta pagar el pañuelo, trata de usar todas las tarjetas de crédito: un poquito de cada una; mas, como ya no tiene crédito en todas las tarjetas, sale corriendo a la calle para tratar de conseguir dinero en efectivo.

Rebecca en el carrito de perros calientes
Para hacerlo, no duda en usar todas las estrategias con las que se ha acostumbrado a conseguir sus objetivos. Se detiene en un carrito donde venden perros calientes. Rebecca no respeta la cola y le interrumpe al vendedor que está atendiendo a un cliente. Desesperada por el dinero, miente y llega, incluso, a proponerle al vendedor que le compraría todas las 97 salchichas que él tiene con tal de conseguir el dinero: ella le da un cheque de alto valor y el vendedor le da el vuelto en efectivo. Al final, consigue lo que necesita: veinte dólares porque el cliente que estaba siendo atendido se lo dio con tal de que los dejara en paz.

Cuando Rebecca llega al edifico para la entrevista, luciendo su hermoso pañuelo verde, se entera de que la plaza de trabajo ya está ocupada. Sin embargo, le dicen que hay un puesto en otra empresa que funciona en el mismo edificio: una revista de finanzas que enseña a las personas a controlar el dinero.

Como es una comedia, la película utiliza la ironía del destino para dar forma y cuerpo a la obra. La entrevista de Rebecca, que a esta altura todos ya sabemos que no entiende nada de finanzas, es justamente con el muchacho, Luke Brandon, que le dio los veinte dólares en el carrito de perros calientes. Rebecca usa sus estrategias (mentiras, chistes, engaños), pero no consigue el trabajo.

Más tarde, entonces, apoyada por su amiga Suze, escribe dos cartas: una grosera dirigida a Luke y otra, a la revista de modas, donde usa sus conocimientos de compras para intentar conseguir un trabajo. Como es de esperarse, Rebecca se equivoca al enviar las cartas: la de Luke va a la revista, y la de revista, a Luke.

Luke queda impresionado con la carta de Rebecca y piensa que ella tiene un gran potencial. Cree que la carta es una metáfora que ella utiliza para hablar de la situación del mercado, del consumo, de las finanzas, etc. y la invita a trabajar en la revista. Ella acepta pero, antes, trata de recuperar la carta grosera que fue a la revista de modas, pues su objetivo es trabajar un día ahí.

Isla Fisher como Rebecca
La forma en que ella la recupera es humorística y trillada. Ya se lo ha visto en decenas de películas y es la parte que hace de Confessions of a Shopaholic una obra pequeña, cinematográficamente hablando. Rebecca se esconde en un carro de ropas, entra escondida a la recepción de la revista y se aprovecha de la distracción del entregador de correspondencia, del entregador de las ropas y de la recepcionista para recuperar la carta que llega justo en el momento en que ella va la revista. (No tiene sentido cómo una revista tan importante puede tener tanta gente distraída que no ve a un metro de distancia. Como decimos, esto disminuye la cadidad de Confessions of a Shopaholic)

Pero esta escena nada original se salva, tal vez, por la buena actuación de la actriz.

Isla Fisher consigue ser graciosa y nos hace reír a pesar de que son escenas comunes de películas pequeñas.

Lo mismo podemos decir de otras escenas similares, como por ejemplo, cuando un chef la confunde con una mesera y la obliga a servir la comida en la cena en la que ella es parte de los invitados. En esta misma escena se dan otras situaciones hilarantes nada originales: se le rompe la chaqueta que usa; se cae encima de una señora en el baño; derriba la comida en los invitados, etc... Todas situaciones a las que las podemos llamar de “clichés” son usadas porque, como lo hemos dicho anteriormente, el objetivo de esta película es solo divertirnos.

No obstante, continuemos rescatando lo positivo de Confessions of a Shopaholic.
La gente se vuleve loca por comprar

Rebecca tiene éxito en la revista de finanzas y su texto se transforma en una columna –La Chica del Pañuelo Verde- que hace que la revista crezca y sea comentada a nivel internacional. La revista gana un mercado que antes no lo tenía y las palabras de ella son respetadas por todos. Sin embargo, ella vive una guerra en dos frentes:

Por un lado debe ser la Chica del Pañuelo Verde. Debe continuar dando consejos y analizando la situación financiera –de la cual ella no entiende nada.

Por otro lado, continúa viciada en compras; sigue huyendo del cobrador que le empieza a cerrar el cerco; e intenta participar, sin éxito, en un grupo de compradores compulsivos.

La chica del pañuelo verde
El resultado de estos dos frentes: Rebecca vive un mundo de engaños, mentiras, que no solo le perjudican a ella, sino que también afecta a las personas con las que se rodea y, como se espera, este mundo de doble personalidad no puede resistir para siempre.

Y Rebecca deberá encontrar la salida. Y por sí misma, porque hasta ese momento hubo dos personajes muy importantes.

Suze (Krysten Scott), su mejor amiga, siempre estuvo a su lado tratando de ayudarla, de demostrarle que no podía continuar de esa forma. Hace todo lo posible para que Rebecca destruya sus tarjetas de crédito, se deshaga de todo lo que no le hace falta, de que participe en las reuniones de los compradores compulsivos. Suze es la amiga que a todos nos gustaría tener. Desinteresada y fiel, pero todo tiene un límite.

Luke Brandon, el jefe de Rebecca, también cumple un papel importante en el dilema que se le presenta a ella. Él es un personaje que cree en la honestidad. Su madre es una mujer de la alta sociedad y él se niega a que se lo identifique con ella, pues cree que debe conseguir las cosas por sus propios méritos. Así lo hace y llega a sentirse decepcionado cuando la verdad de Rebecca Bloomwood finalmente es conocida por todos (pero cree en las palabras de Becky Bloom -el nombre que usa Rebecca en su columna)

Rebecca recibe ayuda... ¿y en la vida real?
A todo esto, debemos añadir un elemento constante en la vida de Rebecca: sus padres. Rebecca trata de justificar al principio de la película su vicio por las compras con el hecho de que cuando era niña, ellos no le daban todo lo que ella quería. Le compraban las cosas en rebajas y no justamente las más lindas. Es interesante la escena en que nos muestra a Rebecca pequeña, sintiéndose humillada en una tienda donde otras niñas de su edad compran la moda y se burlan descartadamente de ella que tiene que usar ropas fuera de moda.
 
Esta situación es un tema que hay que reflexionarlo porque no es ciencia ficción; realmente eso sucede en la actual educación de los niños y hay que tener cuidado.

Cada día los padres tienen miedo de ponerle límites a sus hijos y transforman a sus niños, principalmente a las niñas, en pequeñas “modelos” superficiales que luego se transformarán en una Rebecca; pero, con seguridad, no tendrán la misma suerte de ella, pues el mundo no es tan “romántico” como Confessions of a Shopaholic nos presenta.
 
Justamente por este motivo esta película vale la pela verla y analizarla con más detalles. Aunque no sea la mejor película del año y muchos la recuerden solo como una comedia graciosa, en el fondo hay unas cuantas verdades que nuestra sociedad consumista necesita repensar.

Texto original de Patricio M. Trujillo O. 

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