Les Émotifs Anonymes – Tímidos Anónimos. Comedia. 77 minutos. 2010.
Francia-Bélgica.
Con Benoît Poelvoorde, Isabelle Carré.
Dirección de Jean-Pierre Améris.
“Estoy segura que el mundo me pertenece; todos
lo sabrán porque confío en mí... y yo confío en mí”.
Con estas palabras empieza Les émotifs anonymes, una
comedia francesa interesante y original de principios de esta década, no solo
por las características singulares de sus personajes, sino también por la
calidad fotográfica, rica en detalles, que hacen de esta película una “deliciosa”
obra de arte.
Como el título lo anuncia, los personajes son
personas extremamente tímidas que buscan apoyo, ya sea en un grupo de “tímidos
anónimos” o con psicólogos, porque la vida cotidiana se les hace difícil; no saben
cómo expresar sus emociones y el relacionarse con los demás es una tarea ardua
y agotadora. La vida ‘normal’ –si consideramos ‘normal’ la manera en que las
personas generalmente se comunican y se relacionan en sociedad- es para ellos
algo difícil de llevar a cabo.
Sin embargo, estos ‘tímidos anónimos’ son
personas normales que, por alguna razón, no consiguen salir de su ‘caparazón’
–la película no profundiza el origen del problema de los personajes, aunque
sutilmente, en algún momento, menciona la posible causa del miedo de los
protagonistas. Ellos quieren amar, saber que son amados, pero hay algo que les ‘bloquea’.
No son enfermos ni deprimidos; al contrario, son personas con vitalidad y
fuerza, que necesitan un “empujón” para vencer sus miedos.
Les émotifs anonymes no es una simple comedia de amor
con personajes singulares, como, para variar, la publicidad de la película nos
engaña; es la historia de dos personas que deciden darse la oportunidad de amar
y ser amados a su propia manera y, lo más interesante, de reconocer que el
mantener una ‘relación’ no es tan fácil como parece a simple vista, por más que
se amen. En este sentido, ellos son un poco más realistas, aunque les falta el
optimismo para vivir.
Los protagonistas.-
Jean-René, un hombre de unos 30 a 40 años de
edad, es extremamente tímido y propietario de una pequeña fábrica de
chocolates, de herencia familiar, donde trabajan solo 4 personas. La fábrica
está con problemas, pues sus chocolates ya no tienen acogida en el mercado, pues
él no ha sabido modernizar sus productos.
Les émotifs anonymes: Angélique y Jean-René |
Una de las empleadas se refiere a su patrón de
la siguiente manera: “A primera vista, parece feroz; y a segunda,
también”. Sin embargo, lo que nadie sabe es que la “bravura” que
aparenta con su postura, con su mirada, no es más que una forma de escapar
porque, al contrario de lo que parece, es una persona que sufre mucho con sus
miedos. Las mujeres le intimidan, pero le gustaría vivir con ellas. Su sueño es
enamorarse, no obstante tiene miedo de la intimidad.
Jean-René se consulta con un psicólogo que le
recomienda, a lo largo de la película, una serie de ejercicios para que venza
su timidez, como por ejemplo que invite a alguien a cenar, que toque a alguien –ya
que a él no le gusta dar la mano a nadie; que regale algo a alguien; y así por
el estilo. (Estos ejercicios que aparecen en la película, en verdad, son
pretextos del guion para hacer que él se involucre físicamente –pues
emocionalmente ya lo está- con Angélique,
una joven de unos 30 años que frecuenta un grupo de “tímidos anónimos”.
Les émotifs anonymes: el grupo de apoyo de Angélique |
La primera impresión que el espectador tiene de
ella es suficiente para entender lo complicada que es su vida. Ella está
reunida en el grupo de apoyo, y luego de presentarse: “Hola, soy Angélique”, se desmaya debido a la vergüenza que tiene.
Angélique es una chocolatera, con mucha
experiencia, pero anónima porque tiene miedo de ser el centro de la atención.
Nadie sabe que ella la que fabricaba los mejores de la región, que todos lo
atribuían a un “ermitaño” que nadie sabe dónde vive después que murió el
propietario de la tienda donde se vendían estos productos.
Angélique busca trabajo en la fábrica de
Jean-René y cree que la están contratando para fabricar chocolates, y acepta el
trabajo sin saber que el puesto que ella ocupará será el de
“vendedora-representante” de la fábrica. Justo ella, que tiene pavor de hablar
con las personas, se ve obligada a tratar de convencer a que compren un
producto que ha perdido el prestigio en el mercado.
Pero Angélique es tan tímida para decir lo que
siente, que acaba aceptando el trabajo para el que no está capacitada y, como
tiene miedo de expresarse y de que la conozcan, miente a los demás y a sí
misma: “Vender es mi razón de vivir.
Estoy muy contenta”.
Para comprender bien a Angélique, no hay que
olvidarse lo que ella les dice a sus compañeros del grupo de apoyo: “cuando me observaban, cuando yo era el
centro de las atenciones, me sentía perdida”.
Los conflictos.-
La película se centraliza en la relación ‘natural’
que se da entre Angélique y Jean-René, dos tímidos que se enamoran y no saben
cómo conducir sus emociones, sus necesidades y sus frustraciones. No es por
nada que en una de las escenas más importantes de la película, la canción
escogida para crear el ambiente apropiado es “Crazy Love” de Paul Anka.
Esta relación se da desde dos puntos de vista
que no están intrínsecamente relacionados, pues uno no depende del otro. El
primero, es la oportunidad que ambos tienen de romper sus barreras y aprender a
relacionarse con las personas; el segundo, sin Angélique, Jean-René no tiene
condiciones de continuar en el mercado del chocolate.
La relación de ambos provoca una serie de
situaciones divertidas, aunque los problemas de ellos sean serios. Jean-Pierre
Améris encuentra la manera de sacar provecho del drama de los protagonistas
para presentarle al público una historia de lucha y de miedo, pero al mismo
tiempo, de sensibilidad, de amistad, de solidaridad y, principalmente, una
manera de tratar de entender el comportamiento de los “tímidos”, sin
prejuicios.
Angélique en el restaurante |
No podemos ni debemos esperar un análisis
profundo de los conflictos ni soluciones drásticas en Les émotifs anonymes,
puesto que es una película ligera, aunque no llega a ser superficial. Es
original al presentar las diferentes manías de Angélique y Jean-René y la
manera cómo ellos encuentran para resolver sus problemas en los momentos de
mayor crisis; soluciones que, fuera de la pantalla grande, tal vez no tengan
sentido. Y eso es justamente lo que hace que esta película tenga esa
particularidad agradable.
Podemos destacar tres escenas, en orden
cronológico, que muestran la complejidad de la relación de Angélique y
Jean-René, no solo en sus individualidades, sino también como posible futura
pareja.
La primera, es la entrevista de trabajo de
Angélique. El espectador ya sabe de su problema, pero no sabe nada de Jean-René.
Al principio parece que la entrevista se desarrolla a la perfección, cuando de
repente, al tocar el teléfono en su oficina, Jean-René pierde el control de la
situación. No sabe qué hacer. El ambiente se queda tenso porque lo imprevisto
rompe el esquema que él se había trazado. Entonces, para salir del aprieto, le contrata
a Angélique sin saber quién es ella, para qué sirve y, sin siquiera informarle
cuál será su puesto de trabajo. A pesar de eso, dirá a sus otros empleados que
“ella es perfecta” para el puesto.
Es lógico que gracias a esta “confusión” la
película se desarrolla de una manera original y espontánea pues los personajes
no saben qué esperar de los otros; cada uno actúa sin saber lo que el otro
quiere de él y, principalmente, sin tomar la iniciativa que tendría que ser del
“otro”: una iniciativa que se demora en llegar y, como toda espera tiene un
límite, provoca las reacciones menos previstas y las soluciones más originales.
La segunda escena que queremos destacar es
cuando Angélique se encuentra con Jean-René en un restaurante. Ya han
transcurrido casi 20 minutos de la película y hasta ese momento ella no sabe el
nombre de su patrón. Al llegar al restaurante, él, en lugar de ir a la mesa, va
al baño y deja ahí, escondido, un maletín donde guarda camisas para irse
cambiando, poco a poco, conforme se siente incómodo durante la cita.
Sin querer entrar en muchos detalles, hay que
destacar la jocosidad de los diálogos. Angélique, que ha preparado una lista de
posibles temas para conversar, le dice a Jean-René que le gusta la pintura
inglesa. Él se sorprende de que haya pintura en Inglaterra. Ella entonces
intenta descubrir si a él le gustan los carros y le pregunta por el tipo de
auto que él tiene. Jean-René responde que cree que su auto es francés...
Como podemos darnos cuenta, incluso hablar de
temas cotidianos y superficiales les resulta difícil a ambos.
La tercera escena que no podemos dejarla de
pasar es cuando ambos viajan al Salón del Chocolate y descubren que en el hotel
tendrán que compartir la misma habitación, donde solo hay una cama. Durante
cuatro minutos el espectador se ríe con gentileza de las artimañas que ambos
usan para no estar juntos en la habitación. Se dan el lujo de caminar bajo una
fuerte lluvia, como si no pasara nada, con tal de alargar el tiempo y evitar lo
inevitable.
Les Emotifs Anonymes.-
La película es sencilla y divertida, no solo
por la historia original y la complejidad de los protagonistas, sino que hay
que destacar la calidad artística de los actores, pues aunque hay algunos
personajes secundarios que interactúan con los dos súper tímidos, la
responsabilidad de la obra está en las manos de Isabelle Carré (Angélique) y
Benoît Poelvoorde (Jean-René). Ellos se lucen en la actuación.
Les émotifs anonymes |
Además es necesario resaltar algunas
características de la obra, como el uso de los planos. Todas las veces que se
quiere destacar lo que sucede con y/entre los protagonistas, hay una transición
constante de planos medios a primeros planos. Pocas veces se utiliza el plano
general y, este aparece, principalmente, para transmitir la “liberación” de las
ansiedades de los personajes, como podemos verlo al principio de la obra,
cuando Angélique se dirige a la fábrica de chocolates; o cuando Jean-René le
besa a Angélique en la calle y ella se va saltando de felicidad; o más aún,
cuando ella camina cantando una canción de autoconfianza, al estilo de los
musicales clásicos.
Les Emotifs Anonymes |
Les Emotifs Anonymes |
Por otro lado, el humor es una constante a lo
largo de Les Emotifs Anonymes con la participación pequeña, pero
precisa, de los personajes secundarios, como son las divertidas de los
integrantes del grupo de apoyo de los tímidos anónimos. Esas historias y/o
actitudes sirven para completar el cuadro de manías de los protagonistas. De
esa manera, el espectador percibe que Angélique y Jean-René no son personas
raras. Forman parte de un grupo numeroso que está a nuestro lado. Tenemos la
historia de la mujer que se presenta como Mimi.
Ella dice que todo está bien e, inmediatamente, se pone a llorar. Luego pide
permiso y se va. O aquella otra mujer que tiene el terrible problema de que
nunca consigue decir ‘no’. Entonces,
acaba haciendo todo lo que le piden, incluso lo que ella no quiere; de esta
manera, ella se acuesta con todos los hombres que le proponen algo. Y para no
alargarnos más, hay una escena divertida cuando Angélique está repartiendo
entre sus amigos tímidos algunos chocolates. Mientras lo hace, no deja de
hablar y así, no se da cuenta que a uno de ellos no le da ni un chocolate.
Gracias al plano general, hábilmente usado, percibimos la angustia de este
individuo que levanta tímidamente la mano, pero no se atreve ni a pedir ni a
coger un chocolate.
Vale la pena ver esta película que es una
muestra de cómo se puede hacer cine de buena calidad, con recursos de buen
gusto y con una historia sencilla y cotidiana. Es una obra que tuvo éxito y la
actriz principal ganó el premio de mejor actriz en el Cabourg Romantic Film Festival (2011), fue nominado como mejor
actriz en el César Awards, France (2011).
El director, Jean-Pierre Améris ganó el Magritte
Award en 2012.
Les Emotifs Anonymes |
Texto original de
Patricio Miguel Trujillo Ortega.
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